Físico e Ingeniero Aeroespacial en NASA • Johnson Space Center
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50 años de la tragedia del Apolo 1

Se cumplen 50 años del incendio del Apolo 1 en el que murieron sus tres tripulantes.

Dijo Lola Morrow, la secretaria de la oficina de astronautas, que aquella mañana la tripulación mostraba un ánimo taciturno, nada típico en una tripulación que afrontaba una Prueba de Demostración de la Cuenta Atrás, la última prueba en tierra simulando la cuenta atrás de su propio lanzamiento que tendría lugar en menos de un mes. Pero Gus Grissom, Edward White y Roger Chaffee sabían que aquel módulo de mando 012 al que iban a introducirse ese 27 de enero de 1967, y que estaba llamado a inaugurar la era de los vuelos tripulados Apolo con la misión AS-204, no olía bien, y ese era el peor criterio que un piloto de pruebas podía dar a su nave.

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Tripulación del Apolo 1. De izda. a dcha.: Gus Grissom (Comandante), Edward White y Roger Chaffee.

Informalmente llamada plugs out test, la Prueba de Demostración de la Cuenta Atrás se hacía en condiciones reales de vuelo, con la tripulación vistiendo sus trajes presurizados en el interior de la nave, también presurizada, y con esta ya emplazada en lo alto del lanzador que los llevaría al espacio, un cohete Saturno 1B ya situado en el complejo de lanzamiento 34 de la Base de las Fuerzas Aéreas en Cabo Cañaveral. De una prueba semejante se esperaba que fuera una ocasión para asegurar que todo funcionaba correctamente, para acaso descubrir alguna discrepancia de fácil solución; sin embargo, en esta ocasión, nadie contaba con que aquel plugs out test fuera a estar desprovisto de problemas de alcance, hasta el punto de que se asumía que el lanzamiento habría de ser aplazado para resolver las muchas discrepancias técnicas que se sabía que aparecerían con seguridad.

La prueba no estaba yendo bien. Había discordancia entre las listas de verificación a bordo y los procedimientos para la prueba, las interrupciones estaban siendo constantes, los fallos, demasiados. Ante la persistencia de problemas también en las comunicaciones, un Grissom airado se frustraba aún más cuando después de preguntar cómo se iba a poder hablar con una tripulación en la Luna si no podían comunicarse entre dos edificios recibía una contestación de la sala de control informándole de que su mensaje no estaba siendo inteligible.

Habían sido innumerables los problemas que habían plagado al módulo de mando 012 a lo largo de su desarrollo, muchos los informes con discrepancias y muchas las deficiencias que se identificaban sucesivamente. La tripulación había vivido todo aquello de primera mano gracias a las incontables horas que habían dedicado en la planta de la empresa contratista North American Aviation en Dawney, California, donde se ponía la nave a punto y donde ellos ponían a prueba sus sistemas para comprobar su funcionamiento e identificar soluciones. Pero aquella tarea se había tornando en desesperante, hasta el punto de que Grissom llegó a colgar un limón en el interior de la cabina en clara referencia a la expresión popular en Estados Unidos por la que se llama limón a un coche salido de fábrica que revela graves defectos de manufacturación.

Pero no solo Grissom pensaba que la 012 era un limón. Todos lo sabían; el cuerpo de astronautas, la NASA y la empresa que lo desarrollaba. North American Aviation entraba en escena como un nuevo contratista con sus propios procedimientos y modos de actuación, no pareciendo estar interesada en beneficiarse de la experiencia ganada a varios niveles en los exitosos programas Mercury y Gemini. Sin embargo, la consolidación de aquel proceder no solo podía atribuirse a North American Aviation sino también a la manera en la que la NASA interactuaba con la empresa y ejercía su supervisión, relegando a un papel secundario desde Washington a los centros de ingeniería de su propia institución que habían hecho posible los programas anteriores. La relación entre la NASA y la empresa contratista no era buena ni productiva. Las tensiones y los reproches mutuos eran constantes.

Pero en el inútil juego de acusaciones cruzadas que llevaron a que la 012 fuera un limón, la única verdad objetiva -que acabó siendo admitida por todos- fue que en el ambiente había algo que prevalecía sobre el reconocimiento de la realidad: lo llamaban go fever; la fiebre por salir, el ansia por salir ahí fuera, cumplir la misión, empezar el nuevo programa, entrar en la cadencia de vuelos y llegar a la Luna antes de que acabara la década. Ese era el objetivo, quedaban muchas cosas por hacer, no se podía parar, había prisa, había que seguir adelante… desatendiendo el hecho insoslayable de que la realidad siempre se impone, nunca puede ser sorteada y, en este negocio, cuando a la realidad se la presiona en exceso, te revienta en la cara.

El módulo de mando Apolo era una bomba en el sentido literal; presurizado solo con oxígeno y repleto de materiales altamente inflamables, una chispa en cualquier punto a lo largo de sus veinticinco kilómetros de cables era todo lo que se necesitaba para desencadenar una catástrofe, y eso es lo que sucedió en algún punto situado en la parte izquierda de la nave, bajo el asiento ocupado por Grissom. A partir de ahí, la tripulación no tuvo ninguna oportunidad.

El fuego súbito que se desató en el módulo de mando hizo que la presión interior creciera hasta las dos atmósferas, haciéndola quebrar por varios puntos por los que escaparon las llamas y un humo oscuro y denso que impidieron la rápida actuación de los servicios de rescate. La visibilidad en la sala de acceso a la nave era nula; los operarios se quemaban las manos buscando la escotilla exterior con el tacto para tratar de abrirla mientras se asfixiaban, unos usando mascarillas diseñadas contra gases tóxicos, pero no contra el humo denso de un incendio, y otros directamente desprovistos de ellas, a la vez que otros descargaban sin acierto el contenido de extintores por toda la planta.

Cinco minutos después de que se hubiera declarado fuego en la cabina, los operarios consiguieron abrir finalmente las tres escotillas con las que contaba la cápsula Apolo: una exterior que era parte de la cubierta del lanzador; la escotilla media, llamada ablativa por ser la que ofrecía protección térmica a esa parte de la nave; y la escotilla interior, la que formaba parte del habitáculo presurizado. Una bocanada de calor y humo abandonó entonces el interior de la cápsula, acaso también deseando escapar de aquel infierno, para dar paso a una escena en la que todavía era imposible distinguir a la tripulación entre toda la calcinación.

Con la llegada de los bomberos, el ambiente se pudo despejar lo suficiente para poder discernir una escena tétrica que permitía determinar las posiciones de los cuerpos rígidos sin vida de los tres astronautas. Grissom no estaba en su asiento, el izquierdo; lo había abandonado y se había dirigido a la base del módulo bajo su lugar asignado, posiblemente para acudir donde creía que se había iniciado el incendio. White, ocupando el asiento central, estaba en la posición esperada de alguien que trata de abrir la escotilla interior siguiendo el procedimiento de emergencia. Y Chaffee, siguiendo igualmente el protocolo de emergencia, permanecía en su asiento de la derecha, inmóvil, tal y como se esperaba de él, sin interferir en la labor de White. Él sabía que esa forma de actuar era la que los podría sacar de allí con la mayor rapidez. La impactante inmovilidad de Chaffee revelaba su disciplina en aras de la eficiencia, la supremacía de la racionalidad sobre el instinto, el control por encima del pánico, aunque en una circunstancia en la que nada podía salvarlos.

Los bomberos y operarios trataban en vano de extraer los cuerpos de la cabina. Aquella tarea se había tornado en perversamente compleja ya que los trajes de la tripulación se habían fundido con los materiales incinerados y derretidos en el interior de la cápsula. Cuando los doctores hicieron su aparición en la planta, los tres determinaron que no era necesaria la extracción urgente de la tripulación. No habían sobrevivido a los gases tóxicos y al calor, y retirarlos apresuradamente no tenía sentido.

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Interior del módulo de mando del Apolo 1 después del incendio.

Grissom, White y Chaffee no murieron calcinados sino asfixiados por los gases tóxicos y el rampante monóxido de carbono que lo invadió todo. Perdieron la consciencia entre quince y treinta segundos después de que sus trajes fallaran a los pocos segundos de iniciarse el incendio. Las probabilidades de resucitación pasados pocos minutos eran nulas. En interés de la investigación del accidente, la extracción de los cuerpos se produciría después de que se hubieran recabado todas las pruebas y evidencias del siniestro. La tarea se llevó a cabo al día siguiente, y llevó toda una hora y media.

El accidente no podía ser atribuido a tener una cabina presurizada solo con oxígeno ya que esta condición también se había dado en las naves Mercury y Gemini, por lo que su causa debía encontrarse en otros ámbitos de diseño. Dos meses después del accidente, el comité de investigación encargado de identificar sus causas y de recomendar cambios de diseño emitió su informe final. Fue devastador. No se pudo identificar el origen específico del fuego aunque el área más probable resultó ser la que se encontraba por debajo de Gus, en algún lugar donde los cables de suministro eléctrico del sistema de control medioambiental discurrían entre su unidad de control y el panel de oxígeno. Pero, para turbación de todos, la realidad fue que el fuego podría haberse desatado en cualquiera de los otros lugares en los que se encontraron evidencias inesperadas de arcos eléctricos. Se encontró que el módulo de mando estaba repleto de material inflamable próximo a fuentes potenciales de fuego, una negligencia perturbadora en una atmósfera interna de oxígeno puro de la que la tripulación nunca tuvo la menor oportunidad de escapar ya que el aumento de la presión interior debido al calor hacía imposible abrir una escotilla de apertura unidireccional hacia el interior de la nave. Se encontraron deficiencias en el diseño, manufactura, instalación y control de calidad de todo el cableado eléctrico; se encontró que las pérdidas de refrigerante, corrosivo e inflamable, sobre puntos de soldadura habían sido frecuentes en el historial de problemas que infectaron al módulo de mando, se encontró que había equipos no certificados a bordo en el momento de la prueba, se encontró, en definitiva, que prácticamente todos los protocolos de seguridad durante el desarrollo de la nave en la planta de Dawney habían sido deficientes a muchos niveles. La 012 había sido realmente un caos cuyo desastre habría sido previsible a cualquier persona que no hubiera estado cegada por aquel virus al que llamaban go fever, esa maldita fiebre por salir.

Nadie puede afirmar que la Luna estuviera más lejos después de aquel 27 de enero de 1967 por cuanto que de haber tenido la fortuna de sobrevivir a la prueba, los fallos y deficiencias bien en tierra o en el espacio que se habrían continuado dando con certeza habrían sido suficientes para tener que reescribir aquella máquina con nombre de dios que se comportaba como poseída por el diablo. Eso, o alguna otra tripulación habría pagado el mismo precio que ellos en algún otro momento. La realidad era que la necesaria revisión y revaluación de todo aquello que se estaba haciendo mal era una cuestión de tiempo.

No fue hasta octubre del 68 que los alrededor de 1.400 cambios de diseño aprobados por el comité fueron puestos a prueba en la primera misión tripulada Apolo. La complicidad entre la NASA y la empresa contratista fue total a todos los niveles, técnico y humano. Hubo cambios simples y cambios de enorme envergadura y ningún detalle fue considerado pequeño para no ser atendido. El trabajo fue intenso y exhaustivo, la transformación fue profunda, pero el resultado mereció toda la pena. El primer vuelo tripulado de una nave Apolo casi dos años después, el Apolo 7, fue un éxito absoluto, una misión de once días en órbita alrededor de la Tierra en la que todos los sistemas funcionaron como si hubieran seguido el guion de un libro de texto. Apolo en octubre del 68 no tenía nada que ver con el Apolo de enero del 67 como el dios del Nuevo Testamento nada tiene que ver con el del Viejo. En octubre del 68, Apolo era una máquina a la que se podía consagrar vidas humanas, una máquina dentro de la que nadie colgaría un limón, una magnífica máquina voladora, a beautiful flying machine, el mejor dictamen que pueda hacer de su nave un piloto de pruebas.

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Complejo de lanzamiento 34 donde se produjo el incendio del Apolo 1.

El complejo de lanzamiento 34 es hoy un lugar donde aún se oyen las últimas voces atrapadas de angustia en aquel maldito módulo de mando 012 que debería haber inaugurado la era Apolo con la misión AS-204, bautizada Apolo1 a título póstumo. Hace mucho tiempo que Gus Grissom, Edward White y Roger Chaffee pronunciaron allí aquellos fire in the cockpit confusos, we’re burning up trágicos y let’s get out vencidos que los investigadores del accidente hubieron de escuchar una y otra vez para descifrarlos difícilmente entre el ruido de la señal y del fuego. Pero quienes conocen lo que sucedió allí aún los pueden oír entre el rumor cercano del mar rompiendo en la costa y el silbido del viento al correr entre los pilares y el anillo del gigantesco pedestal de hormigón gris envejecido, manchado de herrumbre, que un día los debería haber visto ascender al cielo abriendo el camino a la conquista de otro mundo. Un ABANDON IN PLACE estarcido en uno de los pilares es la directiva militar que obliga a dejar el lugar como está, a no hacer cambio alguno, como no se altera un mausoleo, para preservar en el tiempo el moderno megalito funerario como hasta hoy lo han hecho menhires y dólmenes cubiertos de liquen. Ahora, esa estructura recia que un día resistió la ira de poderosos lanzamientos de cohetes pioneros de la serie Saturno, se erige en medio de la nada como un monumento que no pretendía serlo, como un túmulo sin sepultura, testimonio de que el camino ad astra se consigue per aspera y que honra la memoria de «quienes hicieron el sacrificio último para que otros pudieran alcanzar las estrellas» como reza la placa solitaria que allí puede ser vista por peregrinos y náufragos que visiten el enclave y que hace que entre voces impregnadas de agonía se imponga el eco de la voz sólida y grave de un Gus Grissom que afirmaba ante la prensa un mes antes de su muerte «Si morimos, queremos que la gente lo acepte; este es un trabajo arriesgado, y si algo nos sucediera, esperamos que eso no retrase el programa; la conquista del espacio merece arriesgar la vida»… «the conquest of space is worth the risk of life«.

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4 respuestas a: 50 años de la tragedia del Apolo 1
  • Trivigno Roberto dijo:

    Sin el sacrificio de estos héroes, nunca habríamos conquistado el espacio a pesar que todabia queda mucho por hacer debemos recordarlos por siempre es bueno que sepamos como paso todo , gracias valientes

  • Alex Ronald Subieta Videla dijo:

    Exelente, no conocia a detalle lo ocurrido, pero si sabia que paso este hecho, sin embargo de ello considero que todo astronauta es muy valiente para poder subirse a una enorme nave y volar al espacio mi admiración y recuerdo para los tres de esta nave y para cada uno que decide serlo, ojala que en la mente de cada astronauta no solo este su pais si no el de toda la humanidad.
    A Garcia LLama, mi felicitacion por tan buen trabajo
    AL INFINITO Y MAS ALLA……………………………….