El pasado 16 de marzo falleció Emil Ray Schiesser, el brillante ingeniero de navegación en el programa Apolo, y a quien Neil Armstrong definió como el hombre de mayor talento en la NASA.
En una entrevista realizada en las oficinas de la NASA en Washington el 23 de septiembre de 1971, el día antes de abandonar esta institución, Neil Armstrong fue preguntado sobre quién, a su juicio, y después de todos sus años en la NASA, había sido la persona que él más destacaría en talento y habilidad; Neil Armstrong sonrió y contestó sin pensar «Emil Schiesser, siempre votaría por Emil».
Emil Ray Schiesser murió este 16 de marzo a los 79 años. Se podría pensar que ser el mejor a juicio de Armstrong lo dice todo de él, pero nada podría estar más lejos de la realidad: Emil era, además, un ser humano de una calidad excepcional, una de esas pocas personas, acaso muy pocas, de las que uno puede decir, nada más compartir un rato con ellas, que son genuinamente buenas.
Recuerdo un día en mayo de 2008, que andaba buscando la oficina de alguien. Caminaba por los pasillos de mi edificio en el centro espacial, el edificio 16, pero en un ala alejada de la mía, en el espacio de oficinas de otra sección dentro de mi división. Iba fijándome en los nombres de las placas puestas en el exterior de las puertas. Entonces, un nombre que no era el que buscaba llamó mi atención. Era la oficina 1166, y la placa exterior decía ‘Emil Schiesser’.
La puerta estaba cerrada y no estuve seguro en ese momento de si se trataba del mismo apellido que había leído mencionado en un libro años atrás, el libro que relataba la anécdota con la que he empezado este escrito. Lo comprobé en casa esa misma tarde y, sí, era ‘Schiesser’; pero, ¿podría ser otro Emil Schiesser? El real ya se habría retirado. El real empezó en esto en el Space Task Group de Langley -el grupo inicial encargado de empezar a dar forma al programa espacial tripulado en EE.UU.-, con Bob Gilruth y Chris Kraft, cuando empezaba todo. El real pasó a formar parte del Space Task Group a principios de 1961, cuando aún ningún ser humano había ido al espacio. No podía ser él; pero, por otra parte, esa zona del edificio 16 donde estaba su nombre era la de los de Navegación, y Emil era la autoridad en la materia; ese era su mundo. Al día siguiente me dirigí a la oficina 1166 con el libro en mano.
Seguro que entonces no llevaba gafas de los años ’60, y seguro que su chaqueta tampoco era de aquel tiempo, pero a mí me lo pareció. Un hombre afable que parecía más joven que los 71 años que debía tener me invitó a pasar con visible agrado. Sí, era él, el Emil Schiesser real. Su cordialidad me impresionó, no por otra razón que por la de ser sincera. Transmitía calma, y me hizo sentir que estaba contento de que yo estuviera allí. Alegre, asió una silla y me la ofreció, él se sentó en otra delante de mí e hizo caso omiso a mis educados intentos por hacerle ver que no deseaba hacerle perder su tiempo «me alegro de que hayas venido a verme», «¿qué es lo que haces?», «eso es muy interesante», «¿cómo planeas conseguir eso?», «¡España!», «estuve en España», «mi hija habla español, estudió en Salamanca», «todo era tan distinto entonces», «Alan Shepard vino a nuestras oficinas después de su vuelo para saludarnos y darnos las gracias por nuestro trabajo», «aquello fue muy especial», «sí, lo de Armstrong, no sé por qué dijo eso… una exageración, no lo merezco». Me dedicó dos horas, que disfruté enormemente, y luego me pidió perdón por haberme entretenido tanto tiempo. Y yo no era nadie. Y él era el mejor de Apolo.
En 1962 el Space Task Group se trasladó alManned Spacecraft Center de la NASA en Houston, el centro que hoy recibe el nombre de Lyndon B. Johnson Space Center. Emil nunca había oído si quiera hablar de Houston y tuvo que buscar dónde estaba en un mapa. Su campo de especialidad dentro de la navegación era la determinación de órbitas y trayectorias, y en este centro llegó a ser el jefe de la sección de análisis matemático y, posteriormente, de la sección de determinación de órbitas, ambas parte de la legendaria Mission Planning and Analysis Division, o MPAD (pronunciado ‘empad’), absolutamente clave en la conquista lunar.
Cuando se envió a la Luna el Apolo 8 en 1968, la primera misión tripulada en abandonar la influencia terrestre y en visitar nuestro satélite, todo el mundo estaba nervioso. Los pesos pesados del programa espacial, Goerge Mueller, Bob Gilruth y Chris Kraft, hicieron su aparición en los puestos de control de vuelo encargados de la trayectoria «¿cuán seguros estáis de que no vayan a impactar contra la Luna?». El Apolo 8 con sus tres tripulantes (Frank Borman, Jim Lovell y Bill Anders) debían entrar en la vecindad lunar a tan solo 110 km de la superficie después de un trayecto de 380.000 km desde la Tierra. Un error de una centésima de grado en la trayectoria supondría problemas.
En el libro en el que había sabido de Emil hacía años («APOLLO«, por Charles Murray y Catherine Bly Cox) se daba cuenta de las reflexiones de un Emil a quien aquella actitud por parte de sus superiores le había contrariado por entender que se trataba de una preocupación injustificada «¡habíamos ido a la Luna con sondas automáticas en varias ocasiones y ahora estaban preocupados por si chocaríamos con la Luna!», «nunca preguntaron si no se quemarían durante la reentrada, y nada había tenido que soportar una reentrada volviendo de la Luna; pensé que era curioso». La velocidad con la que una nave entraba en la atmósfera terrestre en su regreso de la Luna era mucho mayor que aquella con la que se regresaba de una órbita alrededor de la Tierra, y por tanto también era mayor la carga térmica al atravesar la atmósfera.
Emil me contó que estaba muy arrepentido de su reacción y de haberla expresado de esa manera para la posteridad para el libro, publicado originalmente en 1989. Me dijo que le encantaría poder retirar aquel comentario. Me sorprendió su reacción. Yo nunca lo había entendido así. Aquella reacción de contrariedad se producía en el calor del momento, cuando la tensión de una enorme responsabilidad, histórica, se podía apoderar de uno. Para Emil, aquella reflexión fue profundamente injusta para con sus superiores «no tenían por qué pensar que aquello fuera a funcionar; su preocupación era legítima y yo fui arrogante». Estaba profundamente arrepentido.
Es imposible relatar todas las aportaciones que Emil hizo al programa espacial tripulado en materia de navegación, y que le llevaron a recibir, entre otros reconocimientos, el premio Thurlow de navegación por su papel en el diseño de las trayectorias en Apolo. Pero, de todas ellas, la que más destaca a nivel histórico fue la de ser la persona que ideó la manera de poder realizar un aterrizaje de precisión en la Luna, un pinpoint landing.
A pesar de que el alunizaje del Apolo 11 había sido todo un éxito, el módulo lunar Eagle había aterrizado en la Luna con un error de algo más de 6 km. Ese desempeño no era aceptable si se pretendía aterrizar cerca de objetivos específicos de interés científico. La dirección de la NASA quería que en el siguiente vuelo, el del Apolo 12, se consiguiera alunizar con precisión. Y tan solo faltaban 4 meses para su lanzamiento.
Todo el mundo empezó a pensar en el asunto. Se dispusieron grupos de trabajo donde abundaron ideas que siempre se veían impracticables por algún motivo. El problema no era trivial: ¿cómo podía saber el módulo lunar dónde estaba con gran precisión en la vecindad de la Luna? La Luna estaba repleta de zonas con mayor concentración de masa que otras, los famosos mascons; era irregular en su interior y eso perturbaba las órbitas y las trayectorias de vuelo. Parecía imposible reducir el error en el alunizaje. No se podría conseguir, menos en tan poco tiempo.
Entonces, Emil Schiesser propuso algo insólito. Mientras el pensamiento generalizado era el de cómo caracterizar y modelar fidedignamente losmascons de la Luna para tenerlos en cuenta en la navegación, Emil propuso olvidarse de ellos directamente. Su idea era la de modelar la trayectoria de descenso del módulo lunar sin tener en cuenta los mascons, como si no existieran. Una vez que la nave hiciera su aparición en el horizonte lunar en su descenso hacia la superficie, esta se estaría dirigiendo momentáneamente en un sentido de aproximación a la Tierra, condición idónea para utilizar la Red de Espacio Profundo (DSN, Deep Space Network) para determinar su distancia y velocidad (esto último gracias al seguimiento Doppler) de forma que se conocería su navegación comparada con la esperada sin mascons y otras posibles perturbaciones (que eran varias). La diferencia entre la navegación a bordo y la obtenida gracias a la DSN daría el error en posición: la diferencia entre dónde la nave creía que estaba y dónde estaba realmente. La computadora no podía actualizar su navegación a partir de datos exteriores (lo que era parte del problema), con lo que los astronautas introducirían el error en la computadora como un cambio en el lugar de aterrizaje: la engañarían para decirle que el punto de alunizaje había cambiado en una cierta distancia, aunque siguiera, en realidad, siendo el mismo.
La idea fue «outstanding«, sublime, en palabras de los responsables de la NASA. Era elegante y simple conceptualmente, aunque solo después de haberla oído. Pero había que ponerla en práctica, generar los algoritmos para el centro de control en Houston, para la computadora de guiado en el módulo lunar, y para las antenas de la red de seguimiento en el mundo, una de cuyas estaciones estaba, por cierto, en Madrid, y sigue en Madrid, en Robledo de Chavela. La tarea era enorme para ponerla a punto en cuatro meses, pero era factible.
Durante el descenso del módulo lunar Intrepid del Apolo 12, Emil y otros dos ingenieros estuvieron en el control de la misión y fueron los responsables de calcular el valor de ese error que la computadora del módulo lunar debía tener en cuenta para alunizar junto a su objetivo: elSurveyor III, una sonda que se había enviado a la Luna en 1967. Después de recibir los datos de la red de espacio profundo y de la nave, Emil y sus dos ayudantes calcularon aquel valor (a mano), lo retransmitieron al oficial de dinámica de vuelo, de ahí fue al comunicador con la nave, y finalmente Alan Bean, el piloto del módulo lunar, lo introdujo en la computadora de a bordo.
Al cabo de un rato, la tripulación podía ver el Surveyor III y comprobaba cómo la nave se dirigía hacia él mientras el comandante Pete Conrad se maravillaba «¡Está ahí, justo en medio! ¡No lo puedo creer! ¡Maravilloso! ¡Fantástico!» Podría haber aterrizado encima del Surveyor III, con 0 metros de error. Cuando Conrad asumió el control manual, posó el Intrepid a una distancia prudente para no dañar la sonda y en un lugar seguro para el módulo lunar, a tan solo 164 metros de su objetivo. Emil Schiesser lo había hecho otra vez. Su idea había sido brillante.
No, las palabras de Armstrong no fueron exageradas, y sus palabras no pueden ser mejor testimonio de la valía profesional de aquel modesto chico de Illinois cuyo talento fue reconocido por el Space Task Group en Langley en 1961, cuando le contrataron nada más salir de la universidad, cuando empezaba todo. Vivió lo mejor de la era espacial y contribuyó decididamente a su progreso. Lo hizo con dedicación y entrega. La Navegación era su mundo. Pocas veces he conocido a alguien con tanta vocación por su trabajo. No podía tomárselo a la ligera. Era su pasión. Pero también lo hizo con humildad, con una enorme humildad, y con lo mejor en el trato humano.
No tengo palabras para expresar lo que supone la pérdida de alguien como Emil Schiesser. Era siempre un placer charlar y tratar con él. Siempre te hacía sentir bienvenido. Para mí es un profundo honor haberle conocido y poder decir que fuimos compañeros de trabajo por unos años antes de que se retirara. Su familia nos cuenta que Emil no quiso que se oficiara un funeral público en su recuerdo. No quería que nadie tuviera que cambiar sus planes por su causa. Típico de Emil. Humilde y sencillo hasta el final.
En la larga lista de nombres de aquellos que hicieron posible la llegada a la Luna, la mayor aventura en la que se haya embarcado el ser humano en su historia, también está su nombre para recordar. Un genio. Humilde. Una de las personas más bellas que haya conocido nunca.
Siempre.
Emil Ray Schiesser (1937-2016).
El mejor de Apolo.
El tema del viajar al espacio de verdad me quita el sueño, pienso mucho en eso tengo muchos videos de este tema, considero que debe ser todo un mundo a parte de problemas y soluciones el de planificar un viaje al espacio ojala nuestra tecnologia humana llegue a triunfar para encontrar otros mundos cuando hayamso acabado de lastimar a nuestro hermoso planeta tierra, felcicidades y bendiciones a toda persona que sea parten de este esfuerzo imagino que deben y tienen que serr muy inteligentes para estar en estos programas espaciales.