Físico e Ingeniero Aeroespacial en NASA • Johnson Space Center
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“Alan, no eres un buen compañero”

Hace poco tuve el honor de conocer a Alan LaVern Bean, con motivo de una conferencia que pronunció en la Universidad de Rice, en Houston. Alan Bean, ‘Beano’ para los allegados, fue el piloto del módulo lunar del Apollo XII, cuarto hombre en pisar la Luna, y comandante de la segunda misión tripulada de la estación Skylab. Siempre con un refrescante sentido del humor, Alan Bean nos habló de sus experiencias en el programa espacial, de sus reflexiones personales derivadas de su viaje a la Luna y nos contó la que fue, según él, la lección más importante que aprendió en toda su carrera como astronauta en la NASA.

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Alan L. Bean descendiendo del módulo lunar Intrepid (Océano de las Tormentas, 19 de noviembre de 1969). Fuente: NASA

En su vuelo a la Luna, Alan Bean compartió cabina con Charles “Pete” Conrad, el jocoso comandante, y con Richard “Dick” Gordon, piloto del módulo de mando. Alan y Pete fueron grandes amigos y, a lo largo de toda la charla, fue evidente el cariño y admiración que Alan siempre sintió y sigue sintiendo por su comandante, fallecido en un accidente de moto en 1999. Tal y como nos dijo, Pete Conrad fue el único comandante del programa Apollo que dejó pilotar el módulo lunar al piloto del módulo lunar. Sí, aunque parezca un sinsentido, la tarea de pilotaje de este módulo era propia del comandante, no del piloto; éste realizaba más bien funciones de ingeniero de vuelo y su puesto era denominado ‘piloto del módulo lunar’ en tanto que era el segundo de a bordo en esa nave. Pete dejó pilotar a Alan Bean la fase de ascenso del módulo lunar cuando estaban en órbita alrededor de la Luna e iban al encuentro del módulo de mando para ya volver a la Tierra. Cuando Pete le hizo el ofrecimiento, después de su sorpresa inicial, Alan expresó a su comandante cierta preocupación ya que Houston detectaría las maniobras de la nave cuando éstas no estaban planificadas. Sin embargo, Pete ya lo tenía todo pensado: su intención era dejarle pilotar en el tramo que se volaba detrás de la Luna, cuando Houston no tuviera comunicación con ellos y no pudiera recibir la telemetría de la nave. Una vez acabadas las maniobras, devolverían la nave a la orientación que se esperaba que tuviera cuando fuera de nuevo visible a la Tierra. Alan Bean, según pudo comprobar después de preguntar a otras tripulaciones, fue el único piloto del módulo lunar de todo el programa Apollo que realmente llegó a pilotar el módulo lunar, algo por lo que estaría eternamente agradecido a su comandante.

Con un enorme sentido del humor, nos contó también la fascinación y sobrecogimiento que sintió al aproximarse, el día del lanzamiento, al Saturno V, el gigantesco cohete de 110 metros de altura y de casi 3000 toneladas de peso que lanzó a todas las tripulaciones humanas a la Luna. El ruido de sus bombas internas, los chirridos metálicos producidos por las dilataciones y contracciones de su estructura, el resplandor que irradiaba a causa del brillo de la luz en su superficie, cubierta por una capa de hielo que se formaba debido a las bajas temperaturas a las que debía almacenar el combustible, hacían que el Saturno V le pareciera, no un cohete inerte producto de un trabajo de ingeniería, sino un gigante vivo, que respiraba, que gemía con estridencia, y que estaba a punto de engullirlo. Alan Bean también recordó lo mucho que le sorprendieron las enormes vibraciones durante el lanzamiento, mucho mayores de lo que habría podido imaginar en sus conjeturas mentales más delirantes. Dudó de si en tierra los ingenieros sabían realmente lo mucho que vibraba aquél gigante en el que estaba atrapado, de si el metal era realmente capaz de soportar aquellas sacudidas constantes. Estos pensamientos, reconoció, le hicieron perder, por unos segundos, el hilo de las tareas que se supone debía realizar durante el despegue del cohete. Después, para culminar un lanzamiento ya lleno de emociones, un rayo impactó con aquél gigante, no en una sino en dos ocasiones, dejando el panel de instrumentos salpicado únicamente de alarmas, más de las que hubiera visto en ninguna simulación durante los entrenamientos en tierra. Afortunadamente, alguien en el Control de la Misión supo lo que hacer y salvó la misión en un episodio que ciertamente merecerá una próxima entrada completa en el blog.

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Junto con Alan L. Bean

El viaje a la Luna tuvo un gran impacto en Alan Bean. Tal y como nos dijo, el contraste entre el mundo en el que estaba de visita, un mundo muerto, dominado por colores grises, con un cielo negro, y aquél del que provenía, lleno de vida, de movimiento y de color, transfiguró de alguna manera la conciencia del piloto del módulo lunar. Lo que antes habría podido ser un contraste conocido acaso a nivel inconsciente, tal vez recuperado ocasionalmente para la conciencia mediante un proceso racional, ahora se convertía en una verdad abruptamente manifestada a través de su propia experiencia, una que sólo otros tres hombres en la historia de la humanidad habían vivido. La Tierra se revelaba ante él y su conciencia como un paraíso “el paraíso terrenal es la Tierra entera, nuestro hogar en el Cosmos”. A partir de entonces, su percepción de la gente, de la humanidad y del mundo cambiarían para siempre. Alan nos dijo que en más de una ocasión, después de su regreso, fue a pasar la tarde en algún gran centro comercial donde simplemente, mientras degustaba un helado, se dedicaba a observar el constante tránsito de gente y a sentir su bullicio, que ahora le parecían misteriosamente maravillosos. Desde que volvió de la Luna, añadió, “nunca he vuelto a quejarme de aglomeraciones de gente, del tráfico ni del tiempo”.

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Pete Conrad (izquierda) junto con Alan Bean durante un entrenamiento en el simulador del módulo lunar en el Centro Espacial Kennedy (22 de octubre de 1969). Fuente: NASA

Pero de todo lo que nos contó, hubo algo en lo que hizo un especial énfasis; algo que dejó para el final y a lo que se refirió como la lección más importante que aprendió en toda su carrera como astronauta, una lección que le enseñó Pete Conrad, su admirado y querido comandante y amigo. Alan Bean contó que en una ocasión en la que Pete y él se encontraban entrenando en el simulador del módulo lunar, el entrenamiento se vio interrumpido por un fallo técnico que tardaría en reparase unos cuantos minutos. Durante el parón, Alan y Pete mantuvieron una conversación de la que se desprendería una lección que, aún hoy, Alan valora como una de las más importantes de su vida. Aquella mañana, durante una reunión, una de las personas que participó en ella no era del agrado de Alan, tenía una actitud que no le gustaba, así que con cierta exasperación, Alan pasó a decirle a Pete abiertamente lo que pensaba acerca de esa persona cuya actitud le importunaba “Pete, ¿sabes algo? No me gusta el comportamiento de ese tipo, me parece un soberbio que no encaja bien en el equipo. No creo que sea un buen compañero. De hecho, creo que deberíamos apartarlo de las reuniones y de los entrenamientos”. Sin embargo, Pete, lejos de coincidir con él, le dijo algo que lo dejó estupefacto “¿dices que no te gusta su actitud y que no es un buen compañero, que deberíamos apartarlo del equipo? Bien, entonces, deberíamos apartarte a ti también del equipo”. El asombro de Alan no cabía en él. Después de abrir enormemente los ojos y de separarse lo más que pudo de su comandante, apenas unos centímetros dadas las estrecheces del simulador del módulo lunar, expresó con vehemencia su molestia hacia ese comentario. ¿Qué podría hacer a su comandante pensar así de él? Para mayor decepción, Pete, después de ver la reacción de Alan, no sólo no se retractó sino que volvió a decir de forma tajante: “Sí, entonces deberíamos apartarte a ti también porque no creo que seas un buen compañero en el equipo de trabajo”. Alan no lo podía creer, adujo que él sí que era un buen compañero, que trabajaba bien en equipo, que coordinaba bien las tareas con los demás, que cumplía con sus obligaciones, etc. Pete, entonces, le interrumpió “Ah, ¿sí? ¿Eres un buen compañero? No creo que sepas lo que es ser un buen compañero, Alan. Dime, por ejemplo, ¿cuánta gente crees que podría haber en la reunión en la que estuvimos esta mañana?”. Alan contestó que, tal vez, alrededor de treinta personas. Pete prosiguió “¿De cuántos sabes sus nombres?”, Alan contestó dubitativamente, sin saber del todo a dónde llevaba esta línea de interrogación, “A unos diez, más o menos…”, Pete concluyó entonces diciendo “¿Ves? Ni siquiera sabes los nombres de las personas con las que trabajas y te atreves a considerarte un buen compañero. Esa persona que te desagrada pudo haber tenido un mal día, puede que fuera nuevo y no supiera comportarse ante nosotros, puede que estuviera nervioso o que tuviera problemas en su casa, y tú te atreves a juzgarle sin tener todo esto en consideración, sin saber su historia personal y sin saber ni siquiera su nombre. Verás, Alan, este programa está formado por decenas de miles de personas y si todos fueran como tú o como yo, nunca conseguiríamos llegar a la Luna. Este esfuerzo tiene éxito porque todos somos diferentes y tenemos diferentes capacidades y cualidades. Si quieres ser un buen compañero en el programa, preocúpate de aquellos que trabajan contigo y dan lo que tienen para que las cosas salgan lo mejor posible, dedícate a conocerlos mejor, a conocer sus circunstancias personales, dales tu tiempo y tu consideración, y no te dediques sólo a quejarte de ellos y a criticarlos sin más”. Alan se quedó atónito. Las palabras de su comandante le habían afectado profundamente. Tal y como nos contó, quiso salir del simulador y acabar los entrenamientos en ese mismo instante, “quise incluso cambiarme de programa espacial”, nos dijo. Se sintió ofendido y dolido. Aquel toque de atención, hecho por alguien a quien tanto admiraba lo dejó pensativo por un tiempo. Con el paso de los días, reflexionó y fue dándose cuenta de que, en efecto, lo que le había dicho su comandante podría ser verdad. Se dio cuenta de que, en efecto, no era todo lo atento que tenía que ser con varios miembros del programa, que no conocía los nombres de muchos de ellos, se dio cuenta de que, en ocasiones, le molestaba que alguien propusiera un nuevo tema de trabajo sobre la mesa justo cuando iba a acabar una reunión y se dio cuenta de que a veces desmerecía los comentarios que pudieran hacer otros colaboradores. En la siguiente reunión a la que asistió, James McDivitt, quien fuera el comandante del Apollo IX, también estuvo presente. En esa reunión, Alan comprobó, como en una revelación, cómo James McDivitt se dirigía a todos por sus nombres y cómo trataba cada pregunta y comentario que formulaba cualquier miembro del equipo como si fuera la pregunta y el comentario más importante. James McDivitt fue el último en abandonar la sala, después de haber dedicado su tiempo a todo aquél que lo requirió, sin molestarse, sin aspavientos, siempre siendo accesible y cercano. Efectivamente, Alan comprendió, “Pete tenía razón”. Después de relatar esta historia, Alan Bean pasó a contarnos que muchos creemos ser buenos compañeros cuando, en el fondo, no lo somos, que es difícil ser, de verdad, un buen compañero en un equipo de trabajo. A partir de entonces, nos dijo, “aprendí los nombres de todos y les ofrecí el tiempo, la consideración y el respeto que merecían. Cuando alguien no me caía bien o me causaba una mala primera impresión, lo invitaba a comer y mi percepción de esa persona cambiaba diametralmente”. Alan aprendió su lección, una lección que, aún considera, fue la más importante que aprendió en toda su carrera profesional como astronauta, una lección de compañerismo que habla, en el fondo, de la importancia del aspecto humano en las relaciones diarias, no sólo las de trabajo, y una lección que él mismo nos quiso enseñar con su ejemplo: cuando acabó su charla, Alan permaneció allí, saludando y hablando afablemente y con interés con todo el que quiso saludarle y charlar con él. No abandonó el lugar hasta que hubo atendido a todo aquél que se le acercó, hasta que hubo atendido a todas las personas con las que él, ahora sabía, compartía el Paraíso.

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2 respuestas a: “Alan, no eres un buen compañero”
  • José Ronaldo dijo:

    Mmmm….creo que este sera uno de mis blogs favoritos. Trabajar en la NASA…el trabajo mas fenomenal que pueda uno imaginarse. Muchas gracias señor Garcia Llama. Esperaré con entusiasmo su próxima entrega. Desde Guatemala reciba mis saludos y felicitaciones.

  • Manuel dijo:

    Fantastica leccion de humildad y liderazgo nos dan Pete Conrad y Beano en su experiencia de vida. Una entrada muy intersante por sus anecdotas y por el ejemplo que representan en la hazana que llevaron a acabo. un gran tarabjo en equipo el que realizais alla en la NASA. Que lejano esta aquello de aqui en Espana 😉