Se cumple medio siglo de la muerte de Serguéi Koroliov, el pionero al frente de los grandes hitos del programa espacial soviético como el primer satélite artificial, el Sputnik, o poner al primer hombre en el espacio, Yuri Gagarin.
«He estado esperando este momento toda mi vida«, así habló Serguéi Pávlovich Koroliov cuando tuvo la absoluta certeza de que aquella pequeña bola metálica de 83 kilos y de 58 centímetros de diámetro se había insertado con éxito en órbita alrededor de la Tierra. Era el 4 de octubre de 1957, y Koroliov, el ‘Diseñador Jefe’ del programa espacial soviético, no podía sentirse más feliz. Él era la persona que más había luchado para hacer realidad el proyecto del primer satélite de la historia; pero aquel logro era solo el principio. Su mente albergaba sueños inimaginables entonces para el estamento político de la Unión Soviética; la idea del satélite era en sí misma inimaginable solo unos años atrás. Algunos de esos sueños los haría realidad meses, o años más tarde, y constituirían hitos en la historia de la humanidad; pero su muerte el 14 de enero de 1966 le privó de luchar por su último sueño, aquel que su país no consiguió materializar sin él.
Han transcurrido 50 años de la muerte de Koroliov, la persona cuya identidad fue toda una incógnita en Occidente hasta que nos abandonó, y el pionero al frente de los inicios del programa espacial soviético, responsable de todas las misiones tripuladas soviéticas hasta su muerte. Koroliov fue el responsable de poner en órbita el primer satélite artificial, el Sputnik; al primer animal, la infortunada Laika (a la que siguieron con éxito Belka y Strelka en el Sputnik 5); y al primer ser humano, Yuri Gagarin; y el responsable, por ejemplo, de la misión en la que se llevó a cabo la primera actividad extravehicular, protagonizada por Alexei Leonov. También fue el responsable del primer artilugio humano en impactar en otro cuerpo celeste, la sonda Luna 2; de la primera nave en fotografiar la cara oculta de la Luna, la Luna 3; o de la primera en realizar un aterrizaje suave sobre la superficie de otro cuerpo celeste, la Luna 9, esta última apenas 21 días después de su muerte.
A principios de los años ’30, Koroliov participó en el desarrollo del primer cohete propulsado por combustible líquido en la Unión Soviética. Aquel logro se consiguió dentro de una organización de aficionados que dependía del control estatal, y de la que Koroliov fue cofundador. Los trabajos de esta organización recibieron la atención del estamento militar propiciando su unión con un pequeño laboratorio gubernamental de cohetería y conformar así un nuevo instituto de investigación. En este instituto Koroliov trabajó en el diseño de varios tipos de misiles para uso militar que incluyeron misiles de gran altitud y que sentaron las bases de los desarrollos en capacidad de cohetería espacial que habrían de venir más adelante.
Sin embargo, toda su carrera y sus aportaciones no significaron nada cuando el 27 de junio de 1938, Koroliov fue arrestado, acusado de pertenecer a una organización contrarrevolucionaria antisoviética. Aquel era el tiempo de la Gran Purga, la brutal campaña de represión y persecución política que se llevó a cabo en la Unión Soviética de la mano de un paranoico Stalin, y que se cobró las vidas de millones de personas bien por ejecución o como resultado de su condena a trabajos forzados en campos de concentración.
Durante las purgas nadie estuvo a salvo. Las denuncias por parte de compañeros y vecinos eran habituales como método de defensa propia y para saldar cuentas a causa de rencillas y ambiciones personales entre altos cargos en los estamentos del poder. Además de infundadas sospechas y falsas acusaciones, cuatro ingenieros senior de la organización donde trabajaba Koroliov firmaron la carta acusatoria que fue considerada como evidencia final para arrestarlo.
Al principio, Koroliov negó los cargos, creyendo que la detención se debía a un error burocrático; pero más tarde, después de ser duramente torturado en la prisión de Lubyanka, acabó «confesando» y autoinculpándose de los cargos que, injustificadamente, recaían sobre él. El 27 de septiembre fue condenado a diez años de trabajos forzados en una mina de oro en el campo de concentración de Kolyma, próximo al círculo polar ártico en la región oriental de Siberia. El campo de Kolyma se cobró entre dos y tres millones de vidas durante la Segunda Guerra Mundial y se considera que fue el más inhumano y cruel del Gulag.
La intercesión de dos afamados aviadores soviéticos a lo largo del año siguiente consiguió que su pena fuera reducida a la de «saboteador de tecnología militar», gracias a lo que consiguió una rebaja de su condena a ocho años de privación de libertad en una de las prisiones más duras del Gulag en Moscú. Cuando abandonó el campo de Kolyma en diciembre de 1939, un demacrado, consumido y hambriento Koroliov se sentía afortunado por ser uno de los 200 prisioneros que aún sobrevivían del grupo de 600 en el que llegó.
Más tarde, ante la posibilidad de una guerra inminente en Europa, Stalin requirió al renombrado ingeniero y constructor aeronáutico soviético Andréi Túpolev, que había sido encarcelado en Moscú en 1937 también víctima de las purgas, que preparara una lista con los nombres de aquellos que mejor servicio podrían ofrecer a la industria aeronáutica en el país. Afortunadamente para Koroliov, su antiguo profesor de universidad lo incluyó en su lista de veinticinco nombres.
En septiembre de 1940, Koroliov fue trasladado a una sharashka próxima a Moscú, una prisión especial bajo control del Gulag para científicos, ingenieros y técnicos, donde se encontró para su sorpresa que allí también estaban recluidos numerosos y destacados ingenieros que conformaban la élite de la aeronáutica soviética de aquel tiempo.
Tras cuatro años de prisión en la sharashka trabajando en diferentes proyectos aeronáuticos, Koroliov consiguió volver a dedicarse al diseño de motores cohete de combustible líquido, aunque para propósitos militares que no eran realmente parte de su ambición personal. Por sus contribuciones al desarrollo de propulsores para aviones, Koroliov fue liberado finalmente de prisión, pero solo para seguir trabajando bajo el control de la misma Comisión Popular de Asuntos Internos que lo había detenido hacía seis años. Si bien en libertad, su condición de convicto no le fue derogada ya que los cargos que recaían sobre él todavía no habían sido revocados.
Tras años de vicisitudes y de logros técnicos que lo convirtieron en uno de los más prominentes diseñadores de cohetes en la Unión Soviética, su ascenso dentro del entramado jerárquico del sistema de investigación soviético se veía afectado por ser aún un «enemigo del estado». Para poder conseguir una normalización en su vida, necesitaba ser miembro del Partido Comunista, algo que consiguió de forma excepcional en julio de 1953. A partir de ahí y de la muerte de Stalin ese mismo año, una nueva era se abría en la historia de la Unión Soviética y en la vida de un Koroliov que soñaba con conquistar el Cosmos.
A finales de 1953, Koroliov empezó a consolidar el trabajo que se realizaba en la Unión Soviética en materia espacial. Su trabajo estuvo al principio enfocado principalmente en el desarrollo de misiles balísticos intercontinentales (ICBM). En esta área, Koroliov fue el responsable del primer lanzamiento con éxito de un ICBM en el mundo cuando el 21 de agosto de 1957 un misil R-7 recorrió 6.500 kilómetros dentro del territorio soviético hasta que su carga, simulando una cabeza nuclear, entró en la atmósfera y alcanzó el punto previsto en Kamchatka.
Los éxitos militares eran la prioridad del Ministerio de Defensa, pero no de Koroliov, quien vio el desarrollo de cohetes en el ámbito militar como un medio para un día reemplazar las cabezas nucleares por satélites, sondas lunares y naves tripuladas por seres humanos. Durante su tiempo de logros para el Ministerio de Defensa, Koroliov trabajaba arduamente desde su posición prominente para que el estamento político soviético se interesara en las posibilidades en materia espacial no militar y acabara aceptando dar luz verde a sus ideas en este ámbito.
Koroliov no solo era un genio de la cohetería y un líder excepcional, sino que también tenía una gran habilidad para tratar con el poder y seducirlo. El estamento político soviético nunca estuvo realmente interesado en la idea de desarrollar un programa espacial con aplicaciones que no fueran armamentísticas, ni siquiera a la luz de las intenciones americanas en este sentido, por lo que Koroliov, apreciando desde el principio la relevancia de este campo y la importancia que tendría en la carrera entre la Unión Soviética y los Estados Unidos, hubo de ser extremadamente persistente, así como prudente, para que sus ideas acabaran tomando forma, al principio filtrándolas de forma discreta en la entramada jerarquía soviética para luego defenderlas con argumentos de interés nacional. Koroliov consiguió las aprobaciones finales para que volaran muchos de sus proyectos como demuestra su impresionante historial; sin embargo, su prematura muerte a los 59 años le impidió luchar por un último sueño, un sueño con el que habría coronado una ya sensacional vida de logros gigantes.
El 3 de agosto de 1964, la Unión Soviética emitió el decreto, que se convirtió en ley, titulado «De trabajos de investigación sobre la Luna y el espacio exterior». Por este decreto se establecía un plan de cinco años por el que, entre otras cosas, el país se comprometía a la creación de un programa lunar tripulado en el que se volaría una misión de circumnavegación lunar en 1967 y se conseguiría alunizar bien ese mismo año o en 1968. Fue Koroliov quien más había luchado durante mucho tiempo por conseguir este compromiso por parte del gobierno soviético, un compromiso que llegaba sorprendentemente algo más de tres años después de que Kennedy anunciara al mundo la intención de Estados Unidos de poner un hombre en la Luna antes de que acabara la década.
A pesar de este paso adelante, en la Unión Soviética no se supo dar una forma organizativa eficiente al enorme esfuerzo al que se acababa de comprometer el país. Las interminables disputas entre diferentes organismos y centros de investigación, además de un estamento político falto de liderazgo claro en este ámbito, hizo que el programa lunar no empezara con buen pie. Finalmente, el desarrollo del poderoso cohete N1, homólogo del americano Saturno V, acabó siendo un fracaso que Koroliov no vivió para ver. Apenas un año y medio después de la emisión del decreto por el que la Unión Soviética pondría un ser humano en la Luna, Koroliov falleció a causa de una profusa pérdida de sangre durante una operación, practicada por el mismísimo Ministro de Salud de la URSS, para extirparle un pólipo gastrointestinal que en realidad resultó ser un tumor maligno -un angiosarcoma-, del tamaño de un puño.
Koroliov consiguió materializar muchos de sus sueños y fue el artífice de logros que constituyen hitos en la historia de nuestra especie. Fue un firme creyente en que los desarrollos teóricos del padre de la cosmonáutica, Konstantín Tsiolkovski, de finales del siglo XIX y principios del XX, no eran solo ideas para lunáticos sino ideas realizables de forma pragmática, un pensamiento que no era ortodoxo en su tiempo y que era apreciado con profundo escepticismo, especialmente por parte de los estamentos políticos y militares de la época a los que debió convencer para conseguir ponerlos en práctica. La muerte de Koroliov supuso el fin de una era en la historia de la exploración espacial, una historia a la que él puso comienzo.
«Hoy ha sucedido algo que los mejores hijos de la Humanidad y nuestro maravilloso científico Konstantín Tsiolkovski habían soñado. Un genio, él predijo que la Humanidad no estará eternamente confinada a la Tierra. El Sputnik es la primera confirmación de esa profecía. La conquista del espacio ha comenzado»
Serguéi P. Koroliov, 4 de octubre de 1957
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