Alexei Leonov: «en el último milenio hubo guerras y revoluciones pero el evento más importante fue lo que hizo Neil Armstrong».
El festival Starmus que se acaba de celebrar en las Islas Canarias ha reunido de nuevo a algunas de las personalidades más prominentes del mundo en el campo de la ciencia y de la exploración con la finalidad de acercar estas disciplinas al gran público a través de interesantes debates y ponencias. En esta edición hemos vuelto a oír a brillantes científicos y a exploradores pioneros enunciando ambiciosas afirmaciones sobre el futuro y el pasado de la humanidad. En el campo de la exploración espacial, una declaración de Alexei Leonov es la que más ha llamado mi atención: «en el último milenio hubo guerras y revoluciones pero el evento más importante fue lo que hizo Neil Armstrong«, una opinión que me recordó a la que pronunció hace tiempo el premio Nobel de física Robert Hofstadter refiriéndose a la llegada a la Luna «en mil años habrá pocas cosas que se recuerden, pero ésta será una de ellas».
Frases como las de Leonov y Hofstadter pueden resultar exageradas para muchas personas, pero su alcance es realmente humilde cuando se comparan con algunas de las afirmaciones que fueron dichas y escritas en el mundo cuando aconteció el hecho al que aluden. Así por ejemplo, el Daily Mail de Freetown, en Sudáfrica, vio el alunizaje como «el acontecimiento más impresionante en la historia de la Humanidad», para el Esti Hirlap de Budapest, el viaje a la Luna fue «la aventura más grande de la especie humana», el National Herald de Nueva Delhi valoró la hazaña como «el momento más glorioso en la saga de los hijos de Adán», aunque la frase más grandilocuente la pronunció posiblemente Richard Nixon cuando dijo que aquella había sido «la semana más grande de la historia del mundo desde la Creación». Se puede pensar que estas frases fueron producto de la exaltación ante la enorme magnitud de la hazaña; sin embargo, en un sentido profundo, pueden no resultar desmedidas cuando se piensa que en el Apolo 11, después de más de tres mil millones y medio de años de evolución, seres de la Tierra vivieron por primera vez en otro mundo que no era el suyo de origen. Sólo por esto, el recuerdo de la llegada a la Luna no se circunscribirá a mil años, y hace pensar en si Leonov y Hofstadter utilizaron la figura milenaria como una metáfora de la eternidad, al menos mientras exista la especie humana.
Independientemente de la trascendente constatación anterior, la afirmación de Leonov invita a reflexionar acerca de cómo encaja en la historia la llegada a la Luna y a valorar su significado y, por extensión, el de la exploración espacial. En este sentido, la perspectiva histórica más inmediata para la llegada a la Luna suele quedar restringida y sometida al tiempo histórico de la Guerra Fría. Así lo es, por ejemplo, para el historiador John M. Logsdon, autor del libro The Decision to Go to the Moon: Project Apollo and the National Interest, para quien el proyecto Apolo fue el producto de un tiempo específico en la historia que respondía a una amenaza concreta hacia Estados Unidos en un mundo bipolar en el que el espacio constituyó uno de los frentes de la competición que disputaron con la Unión Soviética para asegurarse el liderazgo ideológico, político y estratégico en el mundo.
Abundando en la idea de la competición como motor de avance, un referente histórico muy tentador con el que popularmente se compara la llegada a la Luna lo constituye el descubrimiento de América por Cristóbal Colón, al apreciarse el paralelismo que supuso la rivalidad en el medio espacial entre las dos superpotencias del siglo XX y aquella que enfrentó a España y Portugal a finales del siglo XV en su búsqueda de rutas en el medio oceánico que dieran acceso a las Indias, resultando en una vasta exploración de todos los mares a lo largo y ancho del mundo, y que tuvo al descubrimiento, si bien fortuito, de América, el Nuevo Mundo, como el hito que marcó aquella confrontación.
Más allá del contexto de la Guerra Fría, considerado principalmente por especialistas en historia política, se puede encontrar historiadores que encuadran la exploración espacial en el último de los segmentos o edades en las que ellos dividen la historia general de las exploraciones. Historiadores como Stephen J. Pyne distinguen una partición entre las distintas migraciones que han tenido lugar en la humanidad y el último medio milenio de exploración europea, el cual dividen a su vez en tres eras de exploración: la primera coincidente con la clásica Era de los Descubrimientos de los siglos XV y XVI asociada con el Príncipe Enrique el Navegante, Colón, Magallanes y otros; la segunda era asociada a los siglos XVII a XIX caracterizada por más exploración geográfica como la de los viajes del Capitán Cook o Malaspina, pero influenciada sobre todo por la Ilustración y la revolución científica; y una tercera era que comienza con el Año Geofísico Internacional de 1957 y con el Sputnik, y que está asociada principalmente a la exploración del espacio, aunque también a la exploración de la Antártida y de las profundidades oceánicas.
En contraste con los historiadores académicos o profesionales, siempre fragmentadores y proclives a dividir la crónica de la humanidad en unidades más manejables, se encuentran los historiadores continuistas, tal y como distingue el propio Stephen J. Pyne. Los proponentes de la versión continuista son en su mayoría personas versadas en las ciencias naturales o que han llegado al terreno académico de la historia a través del periodismo. Estos ven las actividades espaciales como una continuación moderna de un proceso de exploración que se remontaría, dependiendo de la vertiente continuista a la que se pertenezca, hasta hace unos mil años -el tiempo en el que se comenzaron a dar los primeros viajes vikingos a Groenlandia y a América del Norte-, tal como establece Richard S. Lewis en su libro From Vinland to Mars: A Thousand Years of Exploration, o hasta el origen de la humanidad para aquellos que destacan la actividad exploradora como una característica esencial del ser humano.
Efectivamente, la historia del ser humano no puede entenderse sin atender a su naturaleza exploradora, la cual es inherente al mundo natural, algo en lo que coinciden naturalistas como el oceanógrafo y explorador francés Jacques Cousteau, quien constató que cuanto más observaba la naturaleza, más estaba convencido de que «la motivación exploradora del hombre no es más que la sofisticación de un instinto universal profundamente arraigado en todas las criaturas vivientes». En este sentido, la exploración espacial, cualesquiera que sean sus motivaciones circunstanciales, puede entenderse como una actividad producto del instinto explorador, una idea que, de ahondar en ella, puede ofrecer una interesante posibilidad de cara a aportar un significado más profundo a la llegada a la Luna y a la exploración humana del espacio en su conjunto si pensamos en el muy largo plazo.
El historiador Alfred Leslie Rowse dijo que «lo único que todos los sucesos de la historia tienen en común es que la gente a quienes les toca vivirlos nunca sabe realmente lo que les está sucediendo». Esta frase enuncia una norma que es aplicable con gran generalidad no sólo a los protagonistas directos del hecho histórico sino al conjunto de personas que vive en el tiempo en el que está teniendo lugar ese hecho y que, además, es conocedor de él. Y es que es muy difícil percibir el significado histórico de cualquier acontecimiento cuando éste se está produciendo. Es mucho más sencilla la valoración a posteriori, cuando suficiente tiempo ha transcurrido como para que se puedan relacionar y comprobar las causas y efectos de lo acontecido. ¿Acaso las generaciones de seres humanos que hace miles de años iniciaron y consolidaron la domesticación de plantas y animales y el estilo de vida sedentario fueron conscientes de que el paso de la vida nómada, propia de los cazadores-recolectores, a la vida sedentaria, posibilitada por la agricultura y la ganadería, supondría nada más y nada menos que el origen de la civilización?
La exploración humana del espacio es una actividad aún muy joven, iniciada hace apenas 55 años, un período de tiempo extremadamente breve como para que sean evidentes sus consecuencias a muy largo plazo, especialmente por poder asegurar que aún estamos muy lejos de haber materializado su inmenso y evidente potencial. Debido a estas consideraciones, tal vez sólo podamos atisbar un significado histórico mas ambicioso para la llegada a la Luna y, por extensión, para la exploración espacial si nos anticipamos necesariamente al futuro, teniendo que asumir el riesgo de entrar inevitablemente en el terreno de la especulación.
Tal vez podamos tratar de vislumbrar un contexto más profundo para la exploración humana del espacio si abordamos este propósito desde una óptica más ambiciosa que trascienda los hechos históricos inmediatos con los que tenemos una gran familiaridad -véase la Guerra Fría, el descubrimiento de América o un segmento más en la historia de las exploraciones- para pasar a hacerlo desde la perspectiva histórica del ser humano como especie. Después de todo, el período que comprende desde la aparición del hombre moderno hasta el comienzo de la Edad Antigua constituye la inmensa mayor parte de la historia humana. Son más de ciento cincuenta mil años, tal vez doscientos mil, frente a los algo más de cinco mil que han transcurrido desde el surgir de la civilización hasta nuestros días. La aparición de los registros escritos y la extensión de su uso a medida que avanzó la historia, han significado que generalmente prestemos más atención a la última parte de nuestro tiempo por ser en ésta más fácil la indagación y el estudio. Esto es así hasta tal punto que las decenas de miles de años que precedieron a la aparición de la escritura se han clasificado como prehistoria; un término que inconscientemente oscurece la trascendencia de un tiempo sin cuya consideración no se puede entender la esencia del ser humano en toda su extensión. Y sin embargo, es precisamente un proceso que tuvo lugar durante la prehistoria lo que podría ser el referente más directo en el que contextualizar la exploración espacial en un sentido amplio.
Aunque aún existe debate, a día de hoy, la tesis más ampliamente aceptada para la presencia de nuestra especie en el mundo es la llamada hipótesis de la migración fuera de África. Por esta hipótesis, miembros de nuestra especie Homo sapiens, originada en África hace unos doscientos mil años, abandonaron este continente en distintas oleadas que parecen no haber sido fructíferas hasta una que se inició hace unos setenta mil años y que supuso el inicio de la propia conquista de la Tierra por parte de nuestros ancestros en un proceso que podríamos decir que culminó muy recientemente, apenas en los últimos miles o cientos de años, con la colonización de muchas de las islas del Pacífico por parte de los polinesios, o más recientemente, si cabe, con la presencia permanente en la Antártida.
Konstantin Eduardovich Tsiolkovski, uno de los padres y visionarios de los viajes espaciales y de la cohetería mundial, afirmó en su día «la Tierra es la cuna del hombre, pero el hombre no puede vivir siempre en la cuna». Alguien pudo haber enunciado esta misma frase hace setenta mil años, sustituyendo el planeta de origen por el continente de origen, y la idea habría tenido total validez. Nuestros antepasados que vivieron en algún lugar del Valle del Rift hace decenas de miles de años cumplieron de forma inconsciente la premisa captada en la frase de Tsiolkovski. Saliendo de su lugar de origen, movidos por múltiples motivos, también circunstanciales, pero apuntalados por el sustrato del instinto explorador y de la mentalidad inquisitiva que propició importantes desarrollos tecnológicos, llevaron a cabo la mayor de las migraciones humanas en la historia de nuestra especie hasta conquistar todos los rincones del mundo.
Con toda la prudencia imaginable, es tentador considerar que podamos estar asistiendo en nuestros días al inicio de otro gran movimiento migratorio humano que llevará al Homo sapiens a habitar otros mundos a lo largo de los próximos cientos, miles o decenas de miles de años en un proceso en el que tal vez no sólo podamos establecer nuestra presencia en otros cuerpos celestes de nuestro sistema solar, acaso mediante su terraformación o por medios ahora difícilmente imaginables, sino que no se puede descartar absolutamente la posibilidad de alcanzar mundos fuera de nuestro sistema solar en un tiempo aún mucho más lejano, tal como apuntó Kip Thorne, también en esta edición de Starmus. Si la especie humana no se extingue antes y si la posibilidad de avance científico y tecnológico existe (dos importantes condicionales), si pensamos tomando como base la conquista de la Tierra: ¿dónde podrá haber llegado a establecerse el ser humano en el espacio en el transcurso de setenta mil años?
Tal y como nos dice el historiador Felipe Fernández-Armesto en su libroPathfinders: A Global History of Exploration, en definitiva, la historia del ser humano tiene dos grandes historias que contarnos: la primera trata de cómo las culturas humanas divergieron y la segunda trata acerca de cómo las sociedades humanas volvieron a converger. La divergencia se dio con los sucesivos movimientos migratorios que permitieron la conquista de todos los rincones de la Tierra desde que el ser humano saliera de África, mientras que la convergencia se ha venido produciendo hasta nuestros días principalmente desde los primeros encuentros entre exploradores europeos y los nativos de las lejanas tierras, a veces remotamente aisladas, que visitaban cuando una gran parte de lo que se desconocía del mundo se descubrió en un sentido global durante la Edad Moderna. Pero estas dos historias se han dado hasta ahora en el mismo planeta, en el mundo que vio nuestro origen y evolución. La siguiente etapa tal vez sea la de una nueva divergencia, una que se producirá fuera de nuestro mundo cuando los seres humanos, a lo largo de los próximos milenios, se establezcan en otros. En este sentido, al igual que la aparición de la escritura y el surgir de la civilización marcó para los historiadores el fin de la prehistoria y el inicio de la historia con la Edad Antigua, o al igual que el descubrimiento de América por Cristóbal Colón marcó la transición entre la Edad Media y la Edad Moderna, la llegada a la Luna, el momento en el que, por primera vez, seres del planeta Tierra, después de una evolución de varios miles de millones de años, fueron capaces de vivir durante unas horas en un mundo distinto del suyo de origen, podrá considerarse en el futuro como el hito inicial en un proceso de exploración y conquista que habría llevado al ser humano a perpetuar su presencia en otros mundos, pudiendo así constituirse como el acontecimiento que los historiadores del futuro elegirán para marcar la transición entre dos grandes eras en la historia del Homo sapiens: la Era Terrestre y la Era Espacial, o Extraterrestre.
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